miércoles, diciembre 16, 2009

El taxista uribista


El taxista es muy joven, moreno, lleva el pelo engominado hacia atrás y su ceñida camiseta blanca deja entrever tatuajes rudimentarios. Conduce temerariamente (como todos los taxistas, por otra parte) y en su radio atrona el reggaeton. Tras las dos preguntas de cortesía (“¿De dónde son? ¿Qué les pareció Colombia?”), empieza a alabar a Uribe. “Es que Colombia no tiene nada que ver con lo que era antes, gracias a nuestro presidente Uribe. Está siendo un gran presidente. Está terminando con la guerrilla y además ahora Bogotá es una ciudad segura”, nos dice entusiasta.

Cualquiera le lleva la contraria. Sobre todo porque, después de una semana rodeadas de profesorado universitario, periodistas, músicos y trabajadoras sociales, nos encontramos por primera vez ante una persona algo más representativa del grueso de la población colombiana.

No le preguntamos su nombre. Pongamos que se llama Jairo. Interrumpe, no por mucho tiempo, su fervor uribista para contarnos que él fue soldado profesional y ahí en el ejército le dio duro a la guerrilla.

Dejó de estudiar con sólo 9 años, para empezar a trabajar de lo que salía: limpiabotas, vendedor ambulante… Se alistó en el ejército en cuanto pudo. No nos dijo a qué edad pero sí que su sueldo de militar doblaba el salario mínimo del país. Se muestra orgulloso de su trabajo en el ejército. Además de servir a la patria, dice que disfrutaba. Sin embargo, a su madre le preocupaba que tuviera un oficio tan peligroso. Ella, viuda, consiguió emigrar hace unos años a Estados Unidos, donde ha tenido otro niño. “Tengo un hermano negrito; lo conoceré por primera vez estas Navidades”, nos cuenta emocionado Jairo. Su madre pudo prosperar en Estados Unidos y comprarle el taxi y la licencia para que dejara el Ejército.

Tiene 23 años y con esta estrenada estabilidad económica ha podido reanudar sus estudios. Se interesa mucho por nuestra posición económica, por cómo está la vida en España, cuánto se gana. Aún así, cada poco hace gala de patriotismo: “Amo tanto esta tierra que hasta llevo tatuado en el pecho Made in Colombia”.

Como buen santafereño, le encanta la Navidad, aunque le moleste que hayan prohibido el uso de pólvora durante los festejos. Y para que conste que cree en el espíritu navideño, cuando le damos un billete de 20.000 pesos para pagar el viaje (que cuesta 11.000) él mismo se cobra 1.000 de propina. “Es Navidad”, se justifica con picardía.

3 comentarios:

Martin Bolivar dijo...

Me encantan las historias urbanas como éstas, aparte de que los taxistas saben mucho de la calle. Historia interesante, muy bien contada.

Ander dijo...

La crónica taxista es casi un subgénero periodístico, siempre da juego. Piensa que esta crónica vale más que esos 1.000 pesos extra que os medio choró, jeje.

NáN dijo...

Joder, esta crónica del viaje (que estoy leyendo al revés), me deja turulato. Y no es que no sepa lo que es aquello, pero lo sé por referencias y cuando son vivas, como la tuya, me entrometo.

Es indecente cómo las víctimas que suben dos peldaños del sótano se convierten en los defensores del ático con vistas.

Mi hijo estuvo un mes en Colombia este verano. Se fue con su amigo colombiano, que llevaba 4 años sin ir. Tuvieron como base la casa de la madre de este y recorrieron el país de casa de un primo a la casa de otro primo. Lo que contaba era para llorar.