(Os advierto de que esta entrada es larguísima. Si no tenéis tiempo, paciencia o interés, os animo a que leáis al menos los fragmentos en negrita. En el mejor de los casos, os animarán a leer el resto. En todo caso, estoy segura de que os harán reflexionar)
"El Harén en Occidente", de
Fatema Mernissi, es un libro absolutamente imprescindible, sobre todo para aquellas personas que se han dejado llevar por la
visión simplista de que las mujeres han conquistado la igualdad en Occidente mientras siguen oprimidas en el mundo árabe. Se trata de un libro serio pero ameno que la Premio Príncipe de Asturias de las Letras empezó a escribir a raíz de un episodio que le perturbó. En su primera rueda de prensa en Europa para presentar otro libro, le asombró que cada vez que mencionaba que se había criado en un harén, el público masculino se riera o sonrojara . Se quedó tan perpleja que empezó a investigar cómo era el harén en el imaginario occidental masculino: una suerte de paraíso en el que un montón de mujeres desnudas y cautivas aguardan pasivas para satisfacer al hombre.
Ese hallazgo le llevó a profundizar en el e
studio de las fantasías masculinas en Occidente y alucinó con el ideal de chica guapa pero tonta. Para que una mujer sea una
sex symbol no es necesario que sea lista, e incluso resulta contraproducente. E
n el mundo árabe, en cambio, la seducción se basa en la palabra y, por tanto, resulta inconcebible sentirse atraido por una mujer tonta. El sexo se considera ante todo una forma de comunicación. Las mujeres del harén cultivan su intelecto para ganar puntos ante el hombre. Nada más excitante para un hombre que perder al ajedrez con una mujer o disfrutar de su dominio de la oratoria en una reunión de alto nivel.
Uno de los símbolos de la cultura árabe es Sherezade, la protagonista de
Las mil y una noches, que logra romper con la negra costumbre del rey de asesinar a sus esposas en la noche de bodas contándole cada noche un cuento que deja a medias.
A Sherezade no le salva ser guapa o buena en la cama, sino su inteligencia, ingenio y la vasta cultura que le permite conocer tantas historias y contarlas con gracia. Mernissi lamenta la imagen simplificada de Sherezade (a lo
barbie árabe) que ha llegado a Occidente, y que las traducciones de
Las mil y una noches dediquen más espacio a cuestiones como la estética que a los ricos debates sobre el equilibrio y la convivencia entre lo masculino y femenino que desarrolla.
La autora analiza las representaciones artísticas de harenes en Europa (Matisse, Ingres, Picasso...), las compara con las miniaturas persas en las que las mujeres aparecen como intrépidas aventureras, y critica el contraste que supone que durante la Ilustración, cuando se hablaba de libertad e igualdad, Kant (el filósofo occidental por excelencia) profiriera opiniones tan bestias como que la mujer debe disimular su inteligencia para no resultar fea. Otro ejemplo que me encanta: "[Las mujeres mayores]
nunca me dijeron que un príncipe me haría feliz. Me decían que yo misma podría crear la felicidad si me esforzaba lo suficiente, y que podría hacer feliz a mi príncipe si me gustaba lo suficiente". Y vosotras, ¿qué tipo de princesa preferís ser?
Sin embargo, el capítulo clave y más celebre es el último:
"El harén de las mujeres occidentales es la talla 38". Una Mernissi confusa y abrumada por sus hallazgos, consigue dar forma a todo lo descubierto cuando acude a comprarse una falda a una tienda neoyorquina y la dependienta le informa de que no encontrará talla para ella (la 46, calcula) a menos que acuda a una tienda de tallas especiales. Se siente humillada e impelida a debatir sobre la cuestión con la dependienta, una mujer de unos cincuenta años, que confiesa que mantiene una figura delgada a cambio de ser esclava de la dieta. Si engorda, probablemente pierda el trabajo o le releguen a un puesto inferior. En Marruecos las tallas no existen puesto que las faldas se hacen a medida y las caderas anchas de Mernissi son uno de sus principales atractivos.
"Sí, pensé, acababa de encontrar la respuesta a mi enigma.
A diferencia del hombre musulmán, que establece su dominación por medio del uso del espacio (excluyendo a la mujer de la arena pública), el occidental manipula el tiempo y la luz. Este último afirma que una mujer es bella sólo cuando aparenta tener catorce años. (...) Fijarla [esa imagen de niña] en la iconografía como ideal de belleza condena a la mujer madura a la invisibilidad". Mernissi concluye que esas actitudes son "más peligrosas y taimadas que las musulmanas", porque "el tiempo es menos visible, más fluido que el espacio".
A partir de ahí, encuentra las respuestas que le faltan en Naomi Wolf y Pierre Bordieu. Wolf detalla que hace una generación las modelos pesaban un 8% menos que la media femenina, mientras que hoy la diferencia es de un 23%. Afirma que la reducción de la talla ideal es una de las causas de la anorexia.
"El sometimiento a regímenes alimenticios es el sedante político más potente de la historia de las mujeres: una población silenciosamente trastornada es una población muy fácil de manejar"., abunda Wolf. La preocupación por el peso provoca "un colapso virtual de la autoestima" y la restricción calórica conduce a una personalidad caracterizada por "pasividad, ansiedad y cambios emocionales bruscos". Los desórdenes alimentarios generan neurosis y la sensación de pérdida del control. Quienes nos controlan son todas esas industrias dirigidas por hombres: la moda, la cosmética, la cirugía estética, la industria alimentaria y la pornografía.
Bourdieu explica en
La dominación masculina que "la violencia simbólica es una forma de ejercer el poder, que repercute directamente sobre el cuerpo de la otra persona, como por arte de magia, sin constricciones físicas aparentes". No se trata de una imposición externa sino que nosotras mismas, sintiéndonos liberadas e iguales a los hombres, nos calzamos los tacones de aguja, nos inyectamos botox, hacemos la dieta de la alcachofa y seguimos sexualizadas y reducidas a objetos de deseo. Dice Bordieu:
"Al confinar a las mujeres al estatus de objetos simbólicos que siempre serán mirados y percibidos por el otro, la dominación masculina las coloca en un estado de inseguridad constante. Tienen que luchar sin cesar por resultar atractivas, bellas y siempre disponibles".Al final del libro es brillante. Tras dar gracias a Alá por haberla ahorrado la tiranía de la talla 38, Mernissi se pregunta:
"¿Es posible organizar una manifestación política creíble y salir a las calles a protestar y gritar que se nos han pisoteado los derechos humanos porque no es posible encontrarla falda que una busca?"Para ilustrar todo esto, os animo a comparar las entrevistas a Eduardo Madina y a Arantza Quiroga en EL PAÍS, que forman parte de la serie "Políticos de futuro". Frente al de Madina ("El atentado de ETA me blindó contra el odio"), el titular de Quiroga alude a sus hábitos sexuales, el ya célebre "Yo nunca usaría preservativo". Mientras en el caso del diputado socialista se habla largo y tendido sobre su afición al voleibol, al Athletic de Bilbao y a la música, extraigo un fragmento de la entrevista a la nueva presidenta del Parlamento vasco:
"Ha sido la revelación de la campaña", manifiesta Basagoiti. "No está donde está por ser guapa, sino por su discurso". Arantza lucha contra su timidez, y en cierto modo, contra su belleza. Casi todo el mundo, al hablar de ella, menciona que es guapa. Aintzane Ezenarro, parlamentaria de Aralar [Ezenarro comparte con Quiroga ser descrita constantemente como guapa],
la califica de "buena política". Y acaba así:
Arantza se aleja caminando sobre sus tacones. Antes usaba calzado bajo. Algunos compañeros suyos sostienen que desde que lleva tacones, se la ve aún más segura.
No se trata de que renunciemos a denunciar las salvajes vulneraciones de derechos que sufren las mujeres árabes, sino de mirarnos también en el amable espejo de la compañera Fatema Mernissi. La prepotencia occidental no hace sino mantenernos más atrapadas en nuestro propio harén. Estoy segura de que todas os habéis sentido identificadas con esto del control a través del tiempo y la luz. Cuando miramos por encima del hombro o con lástima a una mujer con velo, pensemos si no estará ella compadeciéndonos por nuestros tacones.