jueves, septiembre 10, 2009

¿Dónde están las vándalas?


Cada vez tengo más claro que la perspectiva de género es fundamental para comprender prácticamente toda realidad social. El trabajo centenario de las feministas ha permitido avanzar mucho en analizar el impacto que las diferentes políticas, tendencias, etc. tienen sobre las mujeres. La Ley Vasca de la Igualdad insta incluso a que toda iniciativa de las instituciones vascas mida el diferente efecto que tendrá sobre mujeres y hombres.

Sin embargo, la parte de los hombres está muy verde. Los accidentes laborales, las drogas, la violencia en general, la pedofilia(esto merece un post aparte)... Existen infinidad de problemas con rostro de hombre, asociados íntimamente a los valores sobre los que se construye la identidad masculina. Mientras que eso siga sin reconocerse, será imposible articular políticas efectivas.

El compañero del movimiento de los hombres por la igualdad Ritxar Bacete ha dado un primer paso fundamental, nombrando en la prensa la relación entre la violencia juvenil y la construcción de la identidad masculina. Lo hace evidenciando que, si bien se buscaron decenas de explicaciones sociológicas a lo ocurrido en los disturbios de Lekeitio y Pozuelo de Alarcón, nadie reparó en una realidad tan obvia como abrumadora: que todos los jóvenes que tanto en Bizkaia como en Madrid se lo pasaban bomba persiguiendo a polis y causando destrozos eran hombres. Espero que disfrutéis su artículo, que publican hoy Deia y Diario de Noticias de Gipuzkoa, y que lo debatamos.


¿Dónde están las vándalas? Una mirada feminista de Lekeitio a Pozuelo de Alarcón

Imaginemos que un equipo de investigación de la Universidad Autónoma de Venus se encontrara la noche del pasado domingo -casualidades del cosmos- realizando un estudio comparativo entre los usos y costumbres de las gentes de Pozuelo de Alarcón y Lekeitio. Cuando se trata de hacer un análisis antropológico, me apasiona imaginar cuál realizarían los y las alienígenas, tratar de aprovechar la capacidad de extrañamiento de alguien que viene desde muy lejos y que no tiene por costumbre normalizar la insolencia bruta que supone siempre la violencia. El grupo investigador extraterrestre se habría encontrado con jóvenes detenidos, violencia, heridos, ataques a la policía, destrozos, insultos de fuerte contenido sexista, cargas policiales, coches y contenedores ardiendo? ¿Cómo explicaría lo ocurrido?

Si se guiara por las opiniones y teorías manejadas por especialistas terrícolas (de la calle, la academia o la política), encontraría que los gemelos alardes de violencia Lekeitio-Alarcón habrían estado motivados por el exceso de ingesta de alcohol, el "clima político", el exceso de bienestar de los jóvenes, la rebeldía frente al orden establecido, la falta de límites en la educación, la crisis, el paro, la conculcación del derecho a la autodeterminación o al ocio botellonero?

El alcalde vizcaíno ligó la reyerta a la "barbarie y violencia infringida por los radicales" y "el calentamiento global que el país ha sufrido durante el verano", mientras que su homólogo madrileño atribuyó los altercados a "un grupo de energúmenos de fuera" y matizó que los disturbios fueron "un hecho aislado". De sobra sabemos que el calentamiento global poco tiene que ver con las opciones violentas de cada cuál (que son sólo suyas, libres e intransferibles) y difícilmente un hecho protagonizado por más de 200 jóvenes puede ser un hecho aislado. Algún tertuliano ha apuntado a la crisis económica como un factor fundamental para entender lo ocurrido, algo difícilmente explicable en uno de los municipios con mayor renta per cápita del estado. Un sociólogo con bigote decimonónico habla del alcohol y el señor Urra, ex Defensor del Menor o José Antonio Marina, de la importancia de que tras los graves acontecimientos se conozcan los castigos, para que otros jóvenes no se animen a hacer lo mismo.

Puede que una de las investigadoras venusinas, insatisfecha con dichas explicaciones, se preguntara: "¿Cuántas mujeres fueron detenidas? ¿Cuántas protagonizaron los actos de violencia? ¿Por qué son los hombres la inmensa mayoría de las personas que tanto en Euskadi como en Madrid son protagonistas de actos violentos? ¿Por qué más del 90% de las personas condenadas por la comisión de delitos son hombres?" Y el mayor giro epistemológico llegaría cuando se plantease: "¿Será que en el planeta Tierra las mujeres están en peligro de extinción?"

Mi objetivo con esta pequeña licencia literaria es proponer un giro feminista a nuestra mirada que nos permita reparar en lo obvio pero invisibilizado. ¿Cómo es que en ninguna tertulia se ha mencionado algo tan evidente como que en las imágenes de ambos sucesos y en la lista de detenciones apenas hay presencia femenina? ¿Y por qué no la hay? ¿Es que el domingo por la noche las mujeres pasaron de las fiestas y se quedaron en casa?

En nuestra sociedad, la legitimación de la violencia sigue perviviendo como un elemento central en la construcción de las identidades masculinas. No cabe duda que entender y tratar de explicar cualquier fenómeno social entraña una gran complejidad y no conviene simplificar, pero me da qué pensar y me genera desasosiego que ese vínculo entre virilidad y violencia se niegue, oculte o invisibilice sistemáticamente. Claro que deslegitimar la violencia a todos los niveles implicaría poner en la llaga; cuestionar la extraña, tóxica e invisible raíz patriarcal en la que se sigue sustentando nuestra realidad, tanto en el ámbito social como en la esfera más personal.

Si los sucesos de Lekeitio-Pozuelo hubieran sido protagonizados por jóvenes rumanos, subsaharianos, "travestís", "putas" de Barcelona, sin papeles o antisistema, el diagnóstico estaría claro: "han sido los otros". Nuestros estáticos códigos culturales, nuestras encimas simplificadoras de la realidad, están cargados de prejuicios cotidianos que nos proporcionan respuestas rápidas y cómodas de ese tipo. Pero, una vez más, el problema está en el "nosotros", en lo "normal" y en "lo nuestro"; lo de toda la vida, vaya. Y esa normalidad viene estructurada en base al sexismo, y a la asignación de roles y expectativas diferenciadas a hombres y a mujeres. No podemos ni debemos escapar de este debate, ya que lo ocurrido en Lekeitio-Pozuelo tiene rostro, sesgo y protagonismo de género: es en definitiva consecuencia del modelo de masculinidad hegemónico. Y para muestra, un botón etnográfico: ¿Saben que gritaba a los policías que trataban de refugiarse uno de los jóvenes que grabó los incidentes en Pozuelo? "Homosexuales, que sois todos unos homosexuales". Sin comentarios.

Sin embargo, el análisis de género no aparece en las versiones oficiales y es invisible en las tertulias. Así, se ignora el mínimo común denominador de ambas situaciones: jóvenes varones emplean la violencia contra las personas y las cosas. La persistencia de las violencias masculinas es un hecho constatable tanto de forma cuantitativa como cualitativa. ¿Por qué no se investiga, se nombra y se pone luz a los mecanismos que hacen que algunos hombres jóvenes opten de forma personal y colectiva por la violencia? ¿Qué falla? ¿Qué hay detrás? ¿Por qué no se generalizan las políticas de igualdad dirigidas a promover el cambio en los hombres hacia posiciones más igualitarias y pacíficas? Como escribiera Simone de Beauvoir en El segundo sexo, "la mujer no nace, se hace". Con los hombres, los jóvenes de Lekeitio y Pozuelo, ocurre lo mismo: se hacen. Esa es la pregunta que nos deberíamos hacer: ¿Por qué nuestra sociedad sigue produciendo hombres que creen legítimo el uso de la violencia?

Todo acto de violencia, hasta el que se ejerce por motivos supuestamente nobles, precisa de un discurso legitimador: "la policía cargó", "estoy deprimido", "había bebido", "los jóvenes atacaron primero", "no hay futuro", "hace falta más mano dura". Se suele recordar a Gandhi como alternativa a esa tendencia, pero se me ocurre que quizás un antídoto mejor aún para generar relaciones pacíficas, reivindicativas y cuidadoras entre las personas sean las teorías y prácticas feministas. En dos siglos de lucha, las feministas han transformado el mundo, haciéndolo mejor, sin quemar contenedores ni derramar una sola gota de sangre.

* Antropólogo y Trabajador Social. Miembro del Movimiento de Hombres por la Igualdad

3 comentarios:

LoveSick dijo...

Muy interesante, da mucho que pensar tanto tu entrada como el artículo siguiente. Bravo.

LoveSick dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Te superas, June, espero que el análisis de género en este tipo de situaciones acabe saliendo, pero vamos, lo veo como mover montañas, pero tango optimismo y, sobre todo, lucha y aguante para a lso que me dicen a veces que siempre miro las cosas desde ese punto de vista... ¡es que si no lo hago yo no lo hace nadie!
Gracias por tus palabras, me animan a seguir.
Besos.